Daniel Willington falleció este lunes 3 de noviembre, a los 83 años. Es recordado como uno de los jugadores más emblemáticos de la historia de Talleres y del fútbol cordobés. Su impacto fue tan profundo que, gracias a su talento y al afecto de los hinchas, es considerado uno de los máximos ídolos de la institución albiazul.
El nacimiento de un ídolo
Daniel Alberto Willington, oriundo de Guadalupe (Santa Fe), llegó a Córdoba a los siete años, cuando Talleres fichó a su padre, Atilio “el Toro” Willington. Su infancia transcurrió a dos cuadras de La Boutique, en Villa Revol, donde comenzó a mostrar el don que marcaría su carrera: una pegada implacable.
Tras destacarse en la reserva y la primera del club Avellaneda, firmó con Talleres el 27 de mayo de 1959. Debutó oficialmente el 7 de junio de ese año, con apenas 16 años, en la victoria 5-2 frente a Huracán de La France, en La Boutique.
Los medios, como La Voz del Interior, pronto destacaron su potencial: “Cumplió una labor que se valoriza doblemente por su debut en el equipo superior. Tiene aptitudes (…) es una firme promesa”. Esa promesa se concretó en 1960, año en que Talleres ganó los torneos Preparación, Competencia, Clausura y Oficial, perdiendo solo uno de 27 partidos. Permaneció en el club hasta 1961, cuando fue transferido a Vélez Sarsfield.
El regreso en tiempos dorados
Tras un exitoso paso por Vélez, “el Loco” regresó a Talleres en 1973, en el inicio de la era dorada que impulsó Amadeo Nuccetelli. En ese segundo ciclo, Willington fue figura en los Nacionales de 1974 y 1975. En total, disputó 168 partidos, marcó 66 goles y conquistó 17 títulos con la camiseta albiazul.
Su vínculo con el club era absoluto: “Es que yo soy Talleres. Mi familia lo es”.
El gol que desafió lo imposible
La leyenda de Willington se eternizó con el gol que marcó a Belgrano en la final del 21 de agosto de 1974. Tras una infracción sobre la izquierda del ataque, a 30 metros del arco, ejecutó un tiro libre que se metió de forma impecable en el ángulo izquierdo del arquero Tocalli. El propio guardameta celeste lo definió como “el gol más impresionante que me han hecho en mi vida”.
El periodista Nilo Neder, testigo de la genialidad, exclamó: “Señores, parensé, esto es para admirarlo de pie; no lo van a ver más”, y luego tituló su crónica como El Daniel de los estadios. El escritor Daniel Salzano comparó la trayectoria de la pelota con “la gracia de un delfín” y afirmó que, pese al paso del tiempo, “el gol de Daniel Willington continúa siendo eterno”.
Además de su carrera como jugador, Willington fue entrenador de Talleres y logró el ascenso en 1994 junto a José Trignani.
El maravilloso recuerdo de Daniel Salzano sobre Willington
Daniel Willington, emblema de Talleres. (Archivo de Gustavo Farías)
Hacés grandes esfuerzos pero, por más que lo intentás, no conseguís precisar los detalles más obvios de la gesta.
No te acordás, por ejemplo, si el partido se jugaba a la luz del Sol o de la Luna y tampoco quién era el adversario.
Lo único que recordás con nitidez es que Daniel Willington retrocedió dos pasos, que onduló su pesado perfil de dandi provinciano y que en el mismo instante en que pateó, levantó los brazos como un emperador y saludó por anticipado en dirección a la tribuna popular.
Sacudida por una descarga eléctrica, cuya intensidad hubiera servido para nivelar el déficit de Epec, la pelota recorrió los 40 metros que la separaban del arco, atravesó con la gracia de un delfín la línea que separa la gloria del fracaso y, al clavarse en el rincón de las arañas, desencadenó un huracán de fuegos artificiales.
Desde entonces, en el mundo han triunfado revoluciones y golpes de Estado, han entrado en erupción volcanes fabulosos y han caído vastos imperios con todo lo clavado y lo plantado. El gol de Daniel Willington, sin embargo, continúa siendo eterno.
Lo corrobora una encuesta publicada por el diario, una encuesta empeñada en determinar cuál ha sido en la historia de la ciudad su deportista más iluminado. El resultado no ofrece dudas. Primero, Willington; después, nadie. Y después, nuevamente Daniel Willington.
En realidad, no somos otra cosa que un conjunto de perfumes, sensaciones y recuerdos y la única verdad que prevalece es la música de las palabras al evocar un gol que seguramente comenzó a gestarse hace miles de años, cuando Homero decía que a los dioses tanto se llegaba a través de la oración como siguiendo el vuelo de la flecha de un atleta.
Fuente: La Voz del Interior






