Más de 1,4 millones de personas viven en aislamiento social en Japón, según una encuesta de 2023 de la Oficina del Gabinete, una rama del Ejecutivo. Se trata del fenómeno de los hikikomori –el término japonés que refiere a personas que viven confinadas y en soledad–, el cual afecta a un 2 % de la población de entre 15 y 62 años. Aunque suele asociarse a jóvenes encerrados en sus habitaciones, la realidad es más amplia y compleja, según destaca un artículo reciente del Japan Times firmado por un especialista.
Un número creciente de personas en sus 30, 40 y 50 años lleva años sin contacto social, en parte por el declive del histórico modelo de empleo de por vida o “vitalicio” del Japón, que garantizaba estabilidad laboral. Muchos desean reconectarse con la sociedad, pero no saben cómo hacerlo ni encuentran sistemas de apoyo sostenidos, señaló el investigador Chaa Chaa Ogino.

Los marcos tradicionales resultan insuficientes. En el país del sol naciente, las escuelas priorizan la conformidad por encima de la recuperación, los servicios públicos son temporales o burocráticos, y el sistema de salud mental suele ser rígido. Incluso los programas laborales ampliados para mayores de edad son en su mayoría de corto plazo, lo que no responde a las necesidades de quienes han estado aislados durante años.
Las redes de asistencia, muchas veces impulsadas por voluntarios, desaparecen cuando se termina el dinero. Las familias quedan solas, y los adultos mayores –en especial varones de mediana edad– son frecuentemente ignorados. Las mujeres también pueden tornarse hikikomori, aunque con menor visibilidad, debido a expectativas sociales que naturalizan su aislamiento en entornos familiares.

La desconexión social también afecta a personas cada vez más jóvenes, señala el artículo. En 2023, 513 estudiantes de primaria y secundaria se suicidaron en Japón, según el Ministerio de Salud. El aislamiento suele ser una etapa previa a situaciones de desesperanza vinculadas al bullying, la presión académica y la rigidez del sistema escolar nipón.
Expertos advierten que decirle a una persona aislada que simplemente “consiga trabajo” o “que busque ayuda gubernamental” ignora los efectos profundos del trauma y el abandono prolongado. La reconstrucción de vínculos requiere tiempo, constancia y confianza.
Las familias que conviven con una persona en aislamiento suelen atravesar dificultades económicas, pero el impacto va más allá de lo financiero: se infiltra en los vínculos, generando desconfianza, frustración, impotencia y, en algunos casos, violencia. Esta tensión también puede extenderse al entorno social, con consecuencias como daño emocional, delitos o suicidios.