El 26 de febrero de 2013, Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, partió desde el aeropuerto de Ezeiza rumbo a Roma en un vuelo de Alitalia. Nunca más regresó a su país natal.
El 11 de febrero de ese año, a las 11:30 de la mañana en Roma (7:30 en Buenos Aires), Benedicto XVI comunicó en latín su decisión de renunciar al pontificado. Bergoglio, que ya llevaba varias horas despierto, se encontraba en su modesto departamento de dos ambientes ubicado en el segundo piso de la Curia, donde vivía y trabajaba.
Ese mismo día, el padre Alejandro Russo -actual rector de la Catedral Metropolitana- también se enteraba de la noticia. Ambos mantenían una estrecha relación desde los tiempos en que Bergoglio era provincial de los jesuitas y Russo, párroco en Belgrano. A partir de ese vínculo inicial, compartieron años de trabajo en la Curia, consolidando una amistad forjada entre tareas pastorales, conversaciones cotidianas y comidas compartidas.
Desde la sacristía de la Catedral, entre reliquias históricas y cálices antiguos, Russo evocó la rutina diaria de Bergoglio: despertaba a las 4:30, leía y meditaba durante dos horas y media, luego oficiaba misa y a las 7 ya estaba en su despacho. Almorzaba a las 11:30, tomaba una breve siesta y continuaba trabajando hasta las 19. “Él siempre estaba disponible para atender llamadas, todo lo resolvía rápido”, recordó Russo. También destacó que nunca usó computadora: prefería escribir a mano o en su máquina de escribir eléctrica. La agenda, en papel, la llevaba él mismo en su viejo portafolios.
Según Russo, “era frugal en la comida”, cuidaba su salud y evitaba excesos. No tomaba mate con frecuencia: “Eso que en el Vaticano se cebaba mates es un mito. Tomaba café y si le ofrecían, tomaba mate, pero no era un hábito suyo”. En casa, solía calentar él mismo su cena. No tenía televisor y escuchaba música clásica los sábados por la tarde, sintonizando Radio Nacional.

El 11 de febrero, cuando Russo lo llamó tras escuchar la noticia de la renuncia papal, Bergoglio le respondió: “Vestite y vení”. En su oficina, Russo le dijo en voz baja: “El Papa es usted”. A lo que el cardenal contestó: “No, Alejandro, no es posible”. Había cumplido 75 años y pensaba que su etapa eclesial estaba terminada.
Aun así, comenzaron a llegar llamados desde Roma. Un cardenal le dijo por teléfono: “Rezamos por vos” y Russo insistió en que eso era una señal, aunque Bergoglio minimizó el hecho y redactó una carta de agradecimiento a Benedicto XVI por su gesto. Russo fue también quien le sugirió viajar el 25 de febrero. Antes de partir, celebró su último bautismo y una misa íntima con sacerdotes el 23, en la Catedral. Le dejó a Russo su homilía del Jueves Santo ya lista para que se pasara a máquina.
En esos días finales, también se despidió de personas cercanas. Entre ellas, Daniel Del Regno, quien todos los días le llevaba el diario. “Le dije si le parecía suspender los diarios, y me respondió que no, que estaría de vuelta en una semana”, relató Del Regno. Más tarde, cuando se supo que había sido elegido papa, Bergoglio mismo lo llamó: “Me llamó por teléfono… Creí que era una joda. Y no, era él, despidiéndose y ahora sí suspendiendo los diarios”.
El martes 26, Russo pasó a saludarlo como en tantas otras ocasiones, sin imaginar que sería la última. Hablaron de las tareas pendientes y de la próxima misa de Domingo de Ramos. Russo especuló que el inicio del nuevo pontificado podría ser el 19 de marzo y comentó: “Hay que decirle al papa que lo haga”. Bergoglio bromeó: “¿Pero vos pensás que yo le voy a decir al papa qué día tiene que coronarse?”. Russo respondió entre risas: “No, pero yo se lo estoy diciendo al papa”. Y Bergoglio cerró: “Bueno, terminala’”.
Antes de que partiera al aeropuerto, Russo le dijo: “Usted se va a acordar de mí cuando digan ‘Bergoglio, 77’, y suene un aplauso”. Esa tarde, un auto rojo lo llevó a Ezeiza. Al despedirse, dijo: “Nos vemos a la vuelta”.
Voló en clase económica y llegó a Roma en la madrugada. “Me acuerdo que alguien lo llamó y le dijo ‘vaya en primera o en business que yo le pago el boleto’, pero él no quiso. Me dijo ‘¿vos querés esa plata para alguna cosa de la Catedral?’. ‘No’, le respondí. ‘Entonces que vaya a las villas’”, contó Russo.
Desde entonces, Jorge Mario Bergoglio nunca volvió a pisar suelo argentino.