Desde la década de 1990, China destacó por sus megaproyectos orientados a garantizar la seguridad alimentaria de su vasta población, un elemento clave para mantener su crecimiento. Sin embargo, en los últimos años, el país asiático también centró su atención en recuperar tierras degradadas, transformando zonas desérticas en áreas productivas y con alto valor ecológico. Un claro ejemplo de esta política es el parque forestal de Saihanba, un proyecto que logró reforestar lo que hace 60 años era un páramo desolado.
Ubicado al norte de la ciudad de Chengde, en la provincia de Hebei, Saihanba abarca cerca de 80.000 hectáreas, lo que lo convierte en el bosque artificial más grande del mundo. Este gigantesco desarrollo fue calificado como un “milagro” por la prensa china, mientras que el gobierno lo considera un modelo histórico de reforestación. La magnitud de este emprendimiento es tal que se equipara al tamaño de todo el Valle de Río Negro forestado con una precisión extraordinaria.
Históricamente, esta región fue un coto de caza utilizado por las familias reales de la dinastía Qing. Sin embargo, la deforestación y las guerras transformaron la zona en un desierto hacia el final de esa era. Para mitigar las tormentas de arena que amenazaban a importantes ciudades como Beijing y Tianjin, en la década de 1960 el gobierno decidió crear la Granja Forestal Mecánica de Saihanba, enviando a cientos de silvicultores para comenzar a plantar árboles en condiciones climáticas extremadamente adversas.
El desarrollo de Saihanba no fue fácil. Las bajas temperaturas, que alcanzan hasta -43 grados centígrados, y la sequía inicial, hicieron que los primeros intentos de reforestación fracasaran. Sin embargo, a partir del año 2000, la implementación de nuevas tecnologías permitió incrementar la tasa de supervivencia de las especies plantadas del 8% inicial a un impresionante 98% en 2020.
El proyecto no solo tiene un impacto ecológico, sino también económico. Con una inversión de más de 85.000 millones de dólares, se estima que el valor de los activos generados por este bosque supera los 700.000 millones de dólares. Saihanba no solo restauró el ecosistema, sino que también es una fuente de biodiversidad con más de 600 especies de plantas y 260 especies de vertebrados, incluidas varias en peligro de extinción.
Según la Academia Forestal de China, este parque absorbe más de 860.000 toneladas de dióxido de carbono (CO2) anualmente y libera 600.000 toneladas de oxígeno, contribuyendo a la lucha contra el cambio climático.
Si bien el gobierno chino busca posicionarse como líder en la reforestación y en la construcción de una civilización ecológica, algunos expertos cuestionan la transparencia de las estadísticas ambientales chinas. A pesar de ello, no cabe duda de que proyectos como Saihanba son ejemplos notables de cómo la voluntad política y el esfuerzo colectivo pueden revertir el deterioro ambiental, transformando desiertos en bosques y generando beneficios tanto para la naturaleza como para la economía.