En una muestra de profunda fe popular, cientos de personas se reúnen este 9 de julio en Villa Unión, La Rioja, para participar de la emotiva misa en honor a Miguel Ángel Gaitán, conocido como el Angelito Milagroso.
Cada año, la conmemoración de su natalicio convoca a fieles locales y visitantes de distintos puntos del país, que llegan movidos por la devoción y las historias de milagros atribuidos al pequeño. La ceremonia se convierte en un momento de encuentro cargado de espiritualidad, donde las plegarias, las promesas y el agradecimiento se mezclan con el recuerdo de aquel niño riojano cuya historia trascendió las fronteras de la provincia.
Este homenaje reafirma la fuerza de la fe popular, que sigue viva generación tras generación, manteniendo intacto el cariño y la esperanza que rodean la figura del Angelito Milagroso de Villa Unión.
La historia
El Angelito Milagroso es un ser especial en la ciudad de Villa Unión, a 270 kilómetros al oeste de La Rioja capital. Un ser que, aunque está muerto, parece dormido y acompaña a cada uno de los pobladores; incluso su historia cruzó las fronteras provinciales. Un ser de culto, de veneración, del que aseguran hace casi 50 años que hace milagros, del que hay estampitas, pedidos, promesas y agradecimientos.
Una muerte temprana, trágica, dio inicio a esta historia de devoción. Miguel Ángel Gaitán nació el 9 de julio de 1966, en Banda Florida, un pequeño pueblo todavía con construcciones de adobe a orillas del río Bermejo. Era el hijo número 12 de la familia, que con esfuerzo constituyeron Argentina y Bernabé Gaitán. Unas semanas antes de que el bebe cumpliera un año, murió de meningitis, a pesar de los cuidaos que recibió, cuando era trasladado en ambulancia a Chilecito, porque en Banda Florida no había hospital. Con dolor y tristeza, sus padres lo enterraron en el cementerio de Villa Unión. Ya habían perdido otros hijos, otra vez el dolor se instalaba en la familia.
La historia de milagros comenzó unos años después. En 1973, siete años más tarde de la muerte de Miguelito, luego de una fuerte tormenta, se encontró el mausoleo donde descansaba destruido. Se volvió a construir. Al poco tiempo, otra vez se volvió a destruir, pero sin ninguna explicación y luego otra vez más y otra vez más.
“Mi mamá y papá contaban que el nicho se derrumbaba y el cajoncito quedaba sobre los ladrillos hechos polvo. Lo volvían a construir y pasaba lo mismo. Una vez que fuimos al cementerio vinos que la tapa del ataúd estaba corrida y pudimos ver la cara del bebé, que parecía un bebote, estaba intacto, tenía hasta el chupete puesto”, recuerda Cristina Gaitán, hermana de Miguel Ángel, desde Villa Unión, con una emoción que se percibe en su voz, a través del teléfono, a pesar que contó la historia decenas de veces.
Después de tantos intentos fallidos por reconstruirlo, decidieron dejar el cajón sin mausoleo, a la intemperie, tapado con unas piedras, pero noche tras noche la tapa aparecía corrida.

Cristina, que vive a unas pocas cuadras del cementerio donde concurre prácticamente a diario asegura que: “Siempre hay gente, siempre tiene vistas, incluso en cuarentena, la gente le va a hacer pedidos, es una peregrinación constante”.
Un enviado de Dios
Nunca pudieron encontrar la explicación a que su cuerpo se haya conservado de esa manera, como momificado, pero sin ningún tratamiento. Los párrocos de la zona les dijeron muchas veces que es enviado por Dios, para que no se pierda la fe y la religión. Lo respetan y lo veneran. “A diferencia de otras personas que se veneran, él está ahí, se lo puede ver”, reflexiona Cristina.
Cristina cuenta que la mamá, hasta que murió, iba todos los días al cementerio, limpiaba el lugar y conversaba con él. “Para nosotros es como si estuviera vivo, no está muerto, lo tenemos muy presente, es con el único que pasó esto, con mis otros cinco hermanos que fallecieron no pasó nada”.
No tiene recuerdos de su hermano vivo, ella era muy chico cuando falleció, pero mantiene un vínculo especia con él: “Seguramente cuando éramos chiquitos jugaríamos juntos, nos pelearíamos, porque a mí siempre me hace algo: voy, acomodo los juguetes, me doy vuelta y se cae todo. Hace un tiempo le habían llevado una pelota, yo la guardaba y al rato aparecía nuevamente en el pasillo, es él que me pelea”, cuenta entre risas.
“Es muy difícil de expresar lo que siento -Cristina hace una pausa- Es muy lindo lo que pasa, con mis hermanos nos sentimos muy satisfechos, que gracias a él mucha gente esté bien, nos pone muy feliz. Creemos que todos los milagros los hace Dios a través de él”.
Cada 9 de julio, fecha de su nacimiento se hace una misa multitudinaria y luego un chocolate caliente, que este año por la pandemia no se pudo, aunque en Villa Unión están en fase 5, con pocos casos y vida casi normal. Suele recibir muchísimos juguetes, que se donan a escuelas y barrios de la zona y también ropa, para los que necesitan. “La misa es para la fecha del nacimiento, nunca en el día que falleció, porque pata nosotros sigue vivo. Para mis hijos, que no tuvieron vivencias con él, es el tío y lo quieren como si lo hubiesen conocido”, asegura.
